Aquella compañía

En mi adolescencia la conocí, sin mucha consciencia de que existía y qué significaba. Simplemente la vivía y trascendía mi día a día con su asidua visita, muchas veces relacionada con mi periodo, otras con los sinsabores amorosos, con los dos motivos combinados, o sin alguno conocido.

A esa compañía la comparaba con un vacío en el estómago, y se manifestaba de mil maneras: con lágrimas que salían sin razón aparente, mucho sueño, mucha inconformidad: porque vuela la mosca, está nublado, hay mucho sol, no hay de comer o se antoja lo que no se tiene, porque sí o porque no, ya es tarde o el tiempo pasa muy lento, no tengo qué ponerme, mi mamá hizo la comida que odio, no quiero ir a la escuela o ya es domingo por la tarde y está lloviendo.

Es una compañía que no pide permiso, se instala en tu habitación secreta, en tu espacio favorito y te hace odiarlo. Te acompaña, aunque no quieras, aunque no la invites. Extremadamente maleducada, nunca jamás pide permiso. Y muchas veces ni siquiera te percatas de que está ahí, junto a ti, jodiéndote la vida, las ganas de vivir y ser feliz, que irónicamente, están escondidas y gritando fuerte sin hacerse escuchar por más que vociferaren.

Es una enemiga secreta que te invade, obviamente sin avisar, que se aloja en tu esqueleto, en tu disco duro, así cual virus de la oscuridad, que solamente nublan y desactivan la voluntad.

A lo largo de la vida puede ser que esa compañía llegue porque tu galán, el que más te gusta y ya quieres, tiene otras preferencias, o porque tu jefe, aunque es muy brillante y podría enseñarte mucho, resulta que quiere otra cosa que te hace detestarlo, o porque tu querida hija, la única, se va lejos de ti y aunque sabes que se cumple tu deseo más profundo de que aprenda a volar, se te hiela el alma porque te hace falta.

A veces llega paulatinamente. Como cuando a mi papá le dio un derrame cerebral. Cada día que pasaba había indicios de que no volvería a ser él mismo, ante lo que luchábamos buscando de mil maneras la posibilidad de su recuperación, yo me aferraba a no perder la esperanza, que se desvanecía poco a poco, dejando que la compañía nefasta irrumpiera en mi vida sin darme cuenta.

En otras ocasiones su llegada te lleva a tu recámara, a cerrar las cortinas y evocar la noche aun con luz, hundirte en un sueño profundo y desear la muerte en voz alta ante lo más preciado como pueden ser tus hijos, aunque les hagas daño y los marques, instalándoles un programa que trasciende tu ser y sella su futuro más allá de tus deseos.

También puede llevarte a dormir cada tarde sin percatarte que es parte de su influencia, no produces, no funcionas en tu mundo, actúas como autómata atendiendo solamente lo cotidiano, Cocinas, organizas tu casa, trabajas, fluyes sin fluir e incluso lo haces bien, hasta la siguiente tarde en que vuelves a dormir más allá de una siesta renovadora.

A veces se te quita el hambre o comes de más, aun cuando tu figura te importa. O lloras sin motivo cuando tienes los alimentos ante ti y se te quita el apetito, o consumes toda clase de harinas, azúcares y grasas malas que van envenenando tu cuerpo y haciéndolo crecer sin cesar. O te aficionas al alcohol: primero una copa, después dos y así gradualmente más y más, con el propósito secreto, que no dominas, de evadirte, de olvidarte, de ocultarte, sin éxito alguno y a veces todo lo contrario.

Y ante cualquier modalidad que esa compañía asuma, lo que es seguro es que tiene que ver con algo muy profundo, toma fuerza de lo no resuelto, de un momento dramático que marcó tu ser, de un sentir que surgió como consecuencia de un instante de agobio, sufrimiento, desazón, impotencia, miedo, opresión.

De la presencia de esa compañía tu mundo se da cuenta sin entender lo que te pasa, se extraña ante la nueva tú que llega de a poco o de repente y hasta se van acostumbrando a ver una sombra de lo que alguna vez fuiste.

A veces te das cuenta, haces consciencia y hasta le llamas por su nombre. Pudiera ser que hasta busques entenderla y creas que puedes sacarle de tu vida. Pero por más que te lo dices claramente, la enfrentas y la retas, avanza y te carcome poco a poco el arrojo.

Y sin embargo sabes que estás ahí, tal vez oculta dentro de la burbuja en que te has convertido, te sabes viva, fuerte, sabia y buscas reencontrarte para recuperarte.

Aquella adolescente se percató de esa compañía y la venció después de padecerla, reconociéndola en su vida, buscando ayuda, profundizando en sus sentires y pesares, rompiendo los programas instalados, diciéndose las verdades que dolían, encontrando los motivos que le abrieron la puerta y preparándose para dejarla abierta y correrla al fin.

Casi nunca es un adiós definitivo, siempre hay riesgo de que regrese, es tenaz. Sin embargo, conociendo su esencia, es más fácil recorrer el camino. Nuevamente reconocerla, asumirla, buscar los motivos de su nueva llegada, profundizar en ellos, asumir tu fortaleza, volver a abrir la puerta, vencerla otra vez, y continuar la vida.

Jatzibe Castro

Imágenes: Jatzibe Castro.

 

 

 

 

 

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