Tiene razón la vida
La literatura salva
Benito Taibo
Contaré cómo, poco a poco, Veka fue perdiendo ese estado de divago, de tribulación, alejada del mundo real, refugiada en sí misma, ausente de todo y consciente de nada. Aún entre brumas, con las sombras del recuerdo y el deslumbramiento del desvarío, reconocía su locura frente a la sensatez habitual. Por ello, un día, ante un instante de claridad, a las siete de una tarde de verano, cogió su libro, su monedero con un poco de dinero, tres cartas que había escrito y echó a andar.