Falocracia. Fotografía: Jatzibe Castro

Falócrata

Desde la enmarañada esencia de su memoria trastornada, es lúcida cuando se trata de preservar el bienestar de su hijo. Aunque usted no lo crea.

Hace años que su vida está alterada y, con ello, la de quienes la rodean y saben de su falta de raciocinio, que va de la lucidez aparente a la reiteración de cualquier temática sin tiempo, orden ni voluntad. Entonces piensas: está loca, sin ofender, porque es la pura verdad. Por su mente vagan las ideas sin saber por dónde, se pierden en el camino que parecía correcto y si acaso logran encontrar vereda y las conexiones adecuadas para armar pensamientos y estructurar palabras y frases que expresen sus deseos o sentimientos, no tienen sentido, sin ofender, porque la locura es privación del uso de la razón y ella la padece.

Su situación es una pena, especialmente para quienes la conocieron lúcida, activa, alegre y conectada con lo cotidiano de su familia, ambiente laboral, amistades y vecinos. Es una pena, tal vez también para ella, que acaso dentro de su insensatez encuentre una saliente que le permita darse cuenta de su desvarío y falta de ubicación y capacidad de reacción y, además, de cómo la ven los demás, con desconcierto y desilusión acumulada ante la mutilación paulatina de su inteligencia.

Sin embargo, aun con la pena que causa su circunstancia, mostraré cómo el machismo se instala profundamente, más allá de lo congénito, incluso más allá del mundo falto de razón en que habita la locura, cuando, a pesar de todo, se instaura y transmite la idea, la certeza, y la convicción del “deber ser” en torno a la primacía del varón, haciendo todo el daño que sigue transgrediendo la posibilidad de equidad.

Casi siempre ella vivía en casa de uno de sus hijos, aun teniendo otros que podrían colaborar. Desde hace algunos años había empezado a perder la memoria y la cordura, y cada vez más, era necesario acompañarla muy de cerca. Su nuera era la persona que más lo hacía, la cuidaba con esmero, incluso, atendía con cariño sus necesidades más íntimas.

Aquella noche, estaba en los quehaceres de la cena, cual pulpo, a la vez limpiaba, ordenaba, preparaba alimentos para cada cual, escuchaba a los hijos, y hasta pensaba en las medicinas que tocaban a su suegra, aun sintiendo el cansancio resultado de un largo día de trajín. El marido, cómodamente sentado, viendo la televisión, le pidió le hiciera una quesadilla, ella escuchó sin oír ni reaccionar, no tenía cabeza para responder, o incluso, renegar. Además, como requería apoyo para traer las medicinas de la suegra, se lo pidió al susodicho, ante lo que obtuvo como respuesta el conocido blanqueo de ojos.

Más tarde, cuando iban a dormir a sus respectivas habitaciones, en vista del toque de queda instaurado unilateralmente hace tiempo, la señora, desde el pórtico de su recámara hizo una seña a su nuera flexionando el anular hacia sí, llamándola con cierta ternura e intimidad: Mijita ven. La nuerhija no lo dudó, acudió de inmediato, pensando que requería su ayuda para preparar la última etapa del día. Estando muy cerca le preguntó con la misma actitud y muy quedito: ¿Qué pasó suegra? Entonces, escuchó atenta, y cada momento más atónita: Tú, mijita… no sabes tratar a los hombres. No pudiste hacerle una quesadilla a tu marido, a mi hijo. Yo lo vi.

Jatzibe Castro

Fotos de portada e interiores: (1) Falocracia y (2) Luz y oscuridad. | Autora: Jatzibe Castro.



 

Luz y oscuridad. Fotografía: Jatzibe Castro

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