Cambio de rumbo

Se casarían el 26 de octubre. Finalmente sucedería aquello que Rebeca tanto había deseado. No obstante, las dudas venían a su pensamiento a partir de señales que Rodrigo le mandaba, como aquel día en que, como parte de una conversación cotidiana él le dijo: cuando nos casemos las visitas a tus hermanas serán contadas, no me gusta que pases tanto tiempo con ellas. “Clic”, un destello de luz hacía que desde su interior su inteligencia intuitiva le preguntara: ¿qué estás haciendo? ¿realmente quieres casarte con este tipo que muchas veces parece loco? Frente a esto, las ganas de casarse hacían que “olvidara” los detalles desagradables e imaginara una vida feliz, en la que creía podían cambiar las cosas. Rebeca había deseado la vida en pareja desde muy niña, la ilusionaba tener una casa y un compañero con quien habitarla y convertirla en hogar.

Con sus ahorros, Rebeca había dado el enganche del que sería su primer hogar, lo que no significaba que estuviera lo feliz que supondría estaría al dar el paso, su idea de futuro pasaba de la ilusión de la vida en pareja, al temor de vivir con Rodrigo, quien era un tipo flemático. Podía ser cautivador, como cuando empezó a enamorarla, o podría ser sorprendentemente maligno, como cuando pisaba el acelerador del automóvil cuando una persona mayor iba cruzando la calle frente a ellos, al grado de asustarla, o cuando respondía altanero y soberbio ante la gente que los rodeaba. Esas cosas disgustaban mucho a Rebeca y daban pie a discusiones fuertes en las que ella salía perdiendo porque, por lo regular, él tenía el control de la situación y lo usaba para angustiarla aún más, como cuando, también en el auto, aceleraba o enfrenaba intempestivamente o cuando gritaba ofensivamente a los automovilistas que se cruzaban por su camino sin que éstos pudieran oírlo como Rebeca, que se sentía tremendamente agredida aun cuando los vituperios aparentemente no eran para ella.

A principios de abril, Rebeca recibió una llamada de un amigo ofreciéndole una beca para ir a un congreso en Alcalá de Henares. Ante la renuencia de Rebeca por no contar con los recursos necesarios, su amigo le ofreció también hospedaje en un piso, y le aseguró que los gastos serían mínimos ya que, como ella sabía, los españoles eran espléndidos anfitriones. ¡Qué oferta aquella! Solo de imaginarse nuevamente en su querida España, Rebeca empezó a pensar en la posibilidad de hacer ese viaje. Allá estaba Thelma, una de sus mejores amigas, a la que algunos meses antes había apoyado para que hiciera un curso en la Antigua Universidad. Pensaba que tendría el pasaje prácticamente gratis, el hospedaje sin costo, y varias comidas y cenas incluidas como parte del congreso. Realmente el dinero que necesitaría era solamente para gastos extra, ella sabía viajar con mínimos consumos.

Le contó a su mamá a quien no solo le gustó la idea, sino que vio en aquel viaje la posibilidad de una reflexión profunda de su hija. Secretamente ella no estaba convencida de que aquella pareja la hiciera feliz, observaba en su relación detalles que le hacían daño, observaba que aquel muchacho no era un hombre cabal, que su actitud ante la vida dejaba ver un futuro para su hija lleno de momentos difíciles. Le ofreció un préstamo que resolvería las inconveniencias económicas para el viaje y le pidió que no le dijera a Rodrigo que se iría hasta que el viaje fuera un hecho indiscutible. Conociendo a su novio, Rebeca siguió el consejo de su mamá y cuando todo estuvo listo le dijo que se iría unos días, ante lo cual no se hizo esperar la respuesta virulenta de Rodrigo, sin embargo, fue ignorada y no tuvo efecto sobre la decisión.

Unos días después de que Rodrigo se enteró y viendo que no tenía algo que hacer al respecto, le propinó una nueva señal para recapacitar. Le extendió un cheque por 200 dólares y le dijo: este dinero es solo en caso de algún imprevisto, no se te vaya a ocurrir comprarles regalos a tus hermanas. ¡Qué tipo! ¿Con él pensaba casarse?

Antes de irse Rebeca habló con Thelma, quien le comentó que días antes del congreso tenía planeado un viaje a Portugal con unos compañeros. Rebeca le pidió que la esperara para unirse al grupo y Thelma accedió. Conocer otro país sería el complemento ideal de aquella aventura. Las dos amigas acordaron irse juntas de Madrid a Lisboa y reunirse allí con los amigos de Thelma, lo que sucedió de acuerdo a lo planeado. El viaje a Lisboa desde Atocha, aunque fue largo y algo cansado, estuvo lleno de risas y plática sobre sus aventuras en el tiempo que no se habían visto. Las amigas habían compartido muchas veces largos y profundos diálogos sobre sus vidas, pero nunca habían viajado juntas.

Desde el momento en que se encontraron con los amigos de Thelma en Lisboa, Rebeca no se sintió bien recibida, por lo que, el recorrido sucedió con poca interacción con los demás, quienes apenas cruzaban palabra con ella y Thelma desaparecía de su vista en numerosas ocasiones. Todo ello no impidió que disfrutara cada momento de aquel viaje, en el que conocieron además de Lisboa, Sintra, Estoril, Cascais, Nazaret, Óbidos entre otros lugares. Rebeca estaba acostumbrada a viajar sola, le gustaba observar y descubrir, sentirse en cada lugar siendo parte de lo que a su alrededor sucedía sin ser protagonista más que consigo misma. Aquellas circunstancias del viaje y del grupo no afectaron su relación con aquel país que la recibió gustoso y en el que se sintió acogida al grado de desear volver en el futuro.

Recuerda gratamente cómo la sorprendió la campiña portuguesa, que en aquel mayo lucía un colorido espectacular, con mil tonos de verdes, cafés, ocres, rojos y amarillos. Aquella playa de Nazaré en la que, ahora sabe, se alzan grandes e impresionantes olas donde surfean los mejores del mundo, para ella en aquel entonces representó paz, tranquilidad y unos momentos de relax durante los cuales sentada en la escalera de una construcción a la orilla de la playa observó el mar entre neblina, pensando por un lado en lo que sucedía en aquel grupo de amigos que no la acababan de acoger, en el que intuía secretos, recelo, desconfianza, emociones que le expresaban sin que ella pudiera entender los porqué. Por otro lado, pensaba en su vida y en el paso que daría al realizar esa boda tan ansiada en su existencia y tan incierta por el sujeto.



Sus pensamientos volaban, el contexto no solo lo permitía, sino que les ayudaba a tomar altura y profundidad, era un ir y venir de sentires en presente y de proyecciones en el tiempo. La distancia que la separaba de su cotidiano la hacía percibirse como realmente era y lo que le gustaba, a diferencia de como se sentía en compañía de Rodrigo. Así continuó con el disfrute retraído e introspectivo de aquel viaje, y así vivió un trayecto que fue encantadoramente misterioso, que sintió largo y lleno de sorpresas, rumbo al Palacio Nacional du la Pena, un castillo seductor, con la vista del cual se reviven entre pensamientos, sueños despiertos y la realidad que tienes enfrente, los cuentos de la infancia y las historias que en la adolescencia te cuentas a ti misma sobre el príncipe azul y la princesa que te crees.

El camino hacia el palacio, desde la ciudad de Sintra, es una calle de doble sentido, en la que apenas caben dos autos, delimitada a ambos lados por un muro de piedra en tramos más alto y en otros más bajo, más cuidado o en ruinas, que contribuye a que el pasaje te envuelva en un mundo tenebroso que más que miedo genera curiosidad por ver lo que hay delante, y conforme llega, invita a avanzar más y más, hasta encontrar que el bosque que rodea se cierre de tal forma que hace sentir que a la curva siguiente se cerrará el paso y te devorarán las ramas de los árboles. Y nada, que lo que aparece es una barda más alta que protege una construcción misteriosa, con herrería que se pierde entre la espesura del enramado y luce protectora.

De pronto se abre un espacio en las alturas y penetra la luz del día que se había olvidado y hace voltear. A lo lejos entre las altas ramas de los pinos y algunos otros árboles aparece imponente el castillo, que más que de la pena parece de la alegría por su elegante colorido. Es como si se apareciera un regalo que no imaginas que sea tuyo, pero ahí está, es todo tuyo porque lo ves y no puedes más que admirarte y tomarlo. Mas tal como aparece, a medida que avanzas, se esfuma entre la espesura del bosque que ha vuelto. Entonces ya no puedes más que rebuscar en las alturas tu regalo, querer que de nuevo penetre un poco de luz y deje pasar su imagen. Así el camino avanza, los viajeros se sienten encantados y Rebeca aislada de sus compañeros de aventura, sumergida en su mundo, disfruta cada metro del trayecto. La carretera que permite avanzar, el espacio que ocupan las piedras de las bardas, las hojas de los árboles y los arbustos, las construcciones que de vez en vez aparecen, y sobre todo la luz que de pronto deslumbra y entre los árboles deja ver el obsequio que te brinda la vida.

Así como el camino encantador fue envolviendo a Rebeca en una íntima experiencia de traslado, que construyó junto con el ambiente que se creó en la mente a partir del espacio en el que penetró y que no olvidará mientras viva, fue intensa la desilusión de no poder entrar al castillo, que se quedó así, flotando en las alturas del monte y de su imaginación. Cuando llegaron acababan de cerrar las puertas del palacio detrás de los últimos visitantes que llegaron a tiempo.

Aquellos cuatro días del viaje a Portugal, a Rebeca le parecieron miles, se adentró en un mundo de ensueño que le permitió fugarse de la realidad que tenía en lo más próximo y en lo más lejano. Los compañeros de viaje inmunes a su presencia y la imaginación que a ella la llevó a evadir su presencia. El futuro marido que durante esos días poco vino a su mente, más bien sus pensamientos la llevaron a ver lo que podría ser si se casaba con aquel tipo que podía darle todo, menos paz, tranquilidad y confianza en sí misma. Y entonces ¿qué era todo? ¿era la sola idea de lograr su objetivo, aquel que ya una vez se había esfumado?

Llegaron a Madrid y Rebeca se fue directo al piso en que le tenían preparado una recámara de un tal Paco que no estaría en el congreso. En aquel departamento vivía Rafael, el hermano menor una amiga de la secundaria, quien fue encantador anfitrión y más adelante excelente amigo. El piso estaba a unas cuadras de la Antigua Universidad de Alcalá de Henares, sede del congreso, pretexto de aquel viaje que podría dar nuevo rumbo a la vida de Rebeca.

La mañana siguiente iniciaban las actividades del congreso. Entrar en aquel espacio fue como regresar cinco años en el tiempo, cuando Rebeca apenas con 22 años, había estado en aquel lugar, estudiando informática para administradores públicos. Aquellos habían sido unos meses intensos, de encontrarse con gente nueva, viajar cada semana, aventurarse a conocer España caminando, en tren o autobús, descubriendo sus ciudades, sus pueblos, sus calles y reencontrándose a cada paso con la libertad, la posibilidad de decidir, de sentirse responsable de sí misma.

Ya en el congreso, la bienvenida culinaria, después de la protocolaria y académica fue en aquel patio que, sin congreso y en verano, era el comedor donde los alumnos saboreaban en el desayuno las tostadas con mantequilla y mermelada, el café con sabor a café, el zumo de naranja; a media mañana la tortilla con pan, las aceitunas; las diversas comidas que incluían entre otras cosas lentejas, huevos estrellados, paella, pescado, ensaladas, todas con pan y con el vino que no podía faltar. Y a media tarde el pacharán o el anís que disfrutaban los alumnos de aquella casa de estudios, haciendo honor al dicho: a donde fueres, haz lo que vieres.

Ahora las mesas se unieron y formaron una mesada larga donde seguramente había cosas riquísimas que ni siquiera se podían ver porque los asistentes se arremolinaron alrededor, de tal manera que difícilmente se podía penetrar. Como siempre pasa, había mucha gente esperando que los más abusados o avorazados les dejaran paso. En eso estaban Rebeca y Thelma, cuando esta última llamó a un tipo realmente alto, que estaba por sobre todos disfrutando con la vista, el olfato y el gusto de las delicias que estaban dispuestas para los invitados: ¡Manuel! Que volteó y al hacerlo sus ojos se encontraron con los de Rebeca de tal modo que sus energías chocaron en el limbo y armaron una ola de protones y neutrones que los hizo sentir cosas brillantes los siguientes instantes, hasta que las palabras de Thelma interrumpieron la transparente comunicación para dejar paso a la posibilidad de probar el ambigú. Manuel se convirtió en el puente que nutrió de alimento a las amigas que al parecer se habían reencontrado y se divertían comiendo y platicando. ¿Quién es ese?, un compañero de mi curso, ¿está guapo verdad? dijo Thelma. Rebeca le contestó afirmativamente con los ojos y una sonrisa pícara que reflejaba su encantamiento.

De pronto se daba cuenta que los días le parecían muy largos, llenos de situaciones emocionantes, con gente agradable que la rodeaba desde el amanecer, cuando con Rafael iban juntos al congreso y pasaban a una pastelería en la que compartían un pan y un café deliciosos y, después, cuando Manuel la esperaba en las sesiones con una sonrisa que le iluminaba el día.

Las actividades del congreso resultaron muy divertidas, Manuel y Rebeca, aunque estaban presentes y atendían, encontraban la ocasión, las palabras y la manera de compartir comentarios agradables que los conectaban. Aquel vínculo que había iniciado días antes, se curtía con el paso de los minutos, de tal manera que parecía que el tiempo se detenía.

El fin de semana que siguió al congreso y que era parte del tiempo programado por Rebeca para su viaje, ella y Manuel decidieron ir al Valle de los Caídos y a Aranjuez. Fueron y vinieron el mismo día. La convivencia fue aterciopelada y divertida. Rebeca no lo podría creer. Estar un día entero con un hombre que le estaba encantando, que la trataba con respeto, con el que se sentía en total libertad de ser ella misma sin sentir la angustia de detenerse a pensar qué decir para que no se molestara, era algo que hacía mucho no le pasaba. Tal vez otros momentos similares los vivió en su adolescencia cuando convivía con su grupo de amigos. Sus últimos dos noviazgos le generaban angustia en muchos momentos. No podría dejar de pensar si estaría haciendo bien en casarse con un hombre que le generaba tanta intranquilidad.

La historia de cuento que vivía Rebeca llegaba a su fin, cuando Manuel le sugirió que se quedara unos días más, harían un viaje a la Costa Azul y la invitaba. El sueño podría continuar y el regreso a la realidad esperar un poco más. Le parecía imposible atreverse a enfrentar la reacción de Rodrigo ante el retraso de su vuelta, sin embargo, ante lo extraordinario que estaba viviendo, lo hizo.

El viaje a la Costa Azul lo harían en dos autos, en uno de ellos irían las dos parejas con las que compartió el viaje a Portugal, y en el otro iría ella con Manuel y dos de sus amigos. Todos menos ella eran compañeros del mismo curso. Con Manuel había conversado sobre la experiencia con los compañeros de Thelma, sin embargo, en esta ocasión ella iba principalmente con él. Pensó que, si en Portugal no había dejado que le afectaran las circunstancias, ahora menos sucedería. Y así fue. Partieron rumbo a Zaragoza, viajaron toda la noche hasta llegar a Marsella donde se detuvieron a desayunar.

Rebeca había sugerido que ella podía manejar en algunos trayectos, a lo que los compañeros de Manuel se opusieron argumentando, como buenos machos, que las mujeres manejaban mal. Por ello muy grata fue su sorpresa cuando Manuel, al salir del restaurante donde desayunaron, le dio las llaves del carro y le dijo que no estaba de acuerdo con sus amigos, que ella podría manejar cuando quisiera. Y sí fue, a los otros dos no les quedó más remedio que acceder y después, darse cuenta que las mujeres pueden manejar aún mejor que ellos. Después, hubo un pequeño contratiempo. Los viajeros del otro auto, que iban siguiéndolos porque ellos guiaban en ese trayecto, se les perdieron. Nunca se supo si fue intencional o no, sencillamente cada uno de los dos grupos continuaron su viaje por separado. Esta circunstancia ahora sería imposible, en aquel entonces no había teléfonos móviles.

Lo que vivió Rebeca durante aquellos días de viaje por la Costa Azul fue una de las experiencias mas bellas de su vida. Sus acompañantes resultaron excelentes compañeros, caballerosos, divertidos y solidarios. Un ejemplo de ello fue que, cuando llegaban a pernoctar, dividían la cuenta entre cuatro, aun cuando Rebeca dormía en una habitación individual y ellos compartían la suya.

Rebeca recuerda cómo su amanecer en Niza los empleados del hotel la despertaron con toquecitos sutiles en su puerta y una linda charola con chocolate caliente y dos croissants deliciosos. En verdad parecía un cuento de hadas, princesas y castillos rodeados de magia y encantamientos. Fueron a San Tropez, Mónaco, Cannes y Niza, en los días en que ocurría el festival de cine y la Fórmula 1. Sencillamente de sueño. Lo mejor de la aventura fue que Manuel y ella mostraron abiertamente su gusto por el otro, lo que daba un toque quimérico a cada momento, trayecto y lugar que compartían. Una noche en Niza presenciaron sin asistir, un concierto de música francesa con Julian Clerc. Al pasear por el malecón, después de cenar, vieron una gran carpa blanca de la que salía el sonido de una música que los cautivó y decidieron sentarse en una banca cercana. Escucharon, disfrutaron y festejaron su encuentro, su empatía, su enamoramiento y a la vida que les daba ese viaje como un gran regalo que nunca olvidarían. Fue en aquella ciudad que se dieron su primer beso, lleno de emoción y ternura.

Al llegar a Cannes los sorprendió el festival de cine que habían seguido cada cual desde su lugar años anteriores, una afición común los unía de otra manera, ya que encontraron semejanza en su gusto por películas especiales que habían disfrutado mucho. Visitaron un barco pirata y fue un tema más de alegría y gozo. En Mónaco vieron pasar los autos de la Formula 1 a lo lejos, esa bella ciudad también envolvió su enamoramiento, al igual que San Tropez y algunos otros lugares que visitaron.

La experiencia pudo haber sido un sueño de Rebeca, un bello sueño que la hizo despertar, que la hizo cambiar de perspectiva, pero no fue un sueño, fue una catarata de realidad. Manuel y ella se despidieron y después se visitaron en sus respectivos países. Viajaron juntos y nunca tuvieron una discusión o un desencuentro. Incluso hicieron planes de matrimonio, que no llegó a concretarse y ni siquiera eso fue motivo de pleito o molestia. Ambos se recuerdan con mucho cariño.

Aquel viaje con sus momentos de soledad, compañía, alegría, diversión, enamoramiento, fue una mirífica experiencia que perturbó los planes de Rebeca y Rodrigo. Lo vivido permitió a Rebeca reflexionar profundamente sobre el paso que estaba a punto de dar. Se percató de la posibilidad de conocer a un hombre que la quisiera y respetara como es debido, alguien con quien podría sentir paz y sentirse plena siendo ella misma, quien la apoyara en sus decisiones y la alentara a atreverse, alguien de quien sentirse orgullosa y con quien complementarse.

El día que Rebeca volvió a México, Rodrigo la esperaba en el aeropuerto, estaba a unos pasos de ella y ella no lo veía, era transparente ante sus ojos, no lo reconoció, le tuvo que decir que era él, que ahí estaba, porque ella simplemente no lo veía. Ese mismo día le dijo que no sabía cómo había podido estar con él en una relación tan dañina. Le expresó su enojo con él por todo lo que la había hecho sufrir y también habló del enojo que sentía con ella misma, aún más profundo que el que sentía hacia él, por habérselo permitido. Ese, había sido el más error grande en su relación.

Ese día también agradeció la oportunidad que tuvo de rectificar el rumbo de su existencia.

Jatzibe Castro

Imágenes. Palacio Nacional du la Pena. Portugal



 

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