A cristina Loyola, quien es feliz

propiciando que nos demos amor.

 

Todo empieza con una decisión, que, aunque parece sencilla, no lo es. Lo importante es tomarla. Cuando lo haces, de alguna manera cambias algo significativo en tu vida.

El primer día no es sencillo, el segundo y el tercero, menos, sin embargo, el dolor que te invade al dar el paso, levantarte o bajar escaleras, es diferente al de una enfermedad, un golpe o una caída. Este, es reflejo del trabajo, es un dolor que, de alguna manera te regocija, porque lo sabes resultado de tu disposición a la acción.

Después del acuerdo contigo misma y la reiteración cotidiana, transcurren días y semanas, y vas haciendo una nueva rutina…

Al iniciar cada práctica, los movimientos cadenciosos se acompañan de una toma de consciencia, al sentir cada parte de tu cuerpo tornándose a un lado y otro, de arriba hacia abajo, de adelante hacia atrás, todo a partir de una voz guía, que escuchas y sientes sutil, armoniosa, animándote, recordando la respiración, la postura, la tensión que debes mantener, a fin de que, lo que haces, surta efecto.

Tu esfuerzo implica inclinaciones, estiramientos, contracciones y extensiones que te hacen sentir hecha de partes enlazadas y potencialmente pudiente. Son instantes de placer que te llevan a apreciar cómo un silencioso calor invade gradualmente tu organismo hasta que, sin saber cómo, se abren los diminutos orificios de tu piel y producen humedad, a veces bochorno, señal de que estás lista para el segundo tiempo, en el que el placer modificará su esencia.

En el segundo tiempo, usarás algo de peso, que hará que tus músculos, poco a poco, durante el transcurrir de los días y el irse formando el hábito, se fortalezcan, se tonifiquen. El peso te pesa, a veces demasiado, y sin embargo lo sabes compañero fiel, lo sabes necesario para avanzar hacia la meta que aún no sabes, se ira forjando. En este momento es cuando más sientes desfallecer, cuando el ritmo, aunque lento, te acelera, te provoca, te reta, te envuelve, te incita a no parar, aunque sea lo que más deseas. Y, a veces, lo hagas. Es un avanzar pausado e intenso, reiterado y duro, a veces agotador, otras reconfortante, y en ocasiones ¡rematador!

Cada movimiento ocho veces repetido, parece suficiente cuando escuchas el embaucador «ooocho más», que al principio odias, después de unos días da risa y más adelante, ya no importa, porque puedes. Aunque esporádicamente lo vuelvas a odiar, con un odio hipócrita que te impulsa a seguir.

Los primeros días deseas rendirte, te sientes torpe e inútil, te percatas de tus limitaciones y, sin embargo, cada jornada, esas sensaciones se apaciguan y van siendo remplazadas por un sentimiento de orgullo que se incrementa, aun cuando no significa más que la posibilidad del cambio que vas experimentando, tanto mental, como física e incluso emocionalmente.

Los siguientes días de persistir en el intento, van siendo no solo menos pesados sino más placenteros. Es como si la balanza se fuera equilibrando e inclinando poco a poco hacia el otro lado y con ella tu ánimo, fuerza, flexibilidad y elasticidad. Tu poder se va incrementando al saberte capaz, no solo de haberte atrevido sino de ir mejorando.

En la rutina llega el momento del clímax, cuando al sentir el empuje de tu guía, no te queda más que continuar, aunque desfallezcas, aunque sientas que no puedes más. Y uno… dos… tres, cuatro, cinco, seis… siete, ocho y… «ooocho más», risita, y van. No solo van, escuchas que tu guía te pide además… los «chiquitos», que implican la repetición del ejercicio que creías último, en forma diminuta, lo mismo casi imperceptible, pero real, que pienso útil para ratificar lo valioso del anterior y regalar más fortaleza a la parte del cuerpo que trabajas.

Al parecer vendrá el descanso y nada, que sigue otro movimiento que parecería ser el último, pero no… sigue otro y uno más, y cuando percibes vas a poder descansar cinco segundos, faltaba uno más y, además, otro. Esos cambios que tal vez ahora lees como mortales, no lo son, porque cada nuevo movimiento es un alivio, aunque el esfuerzo persista y cada vez sea más extremo.

Con el paso del tiempo, lo que parecería exceso, se convierte en gozo, aunque no sin arrojo y a veces con tormento, que se traduce en tenacidad y valentía al confrontarlo con las endorfinas que produces y conviertes en energía positiva. Es una verdadera revolución la que decides hacer en tu interior, que te cambia los días, tu cuerpo, tu empuje, tu estar en la vida.

Como siempre pasa, después de la tempestad, viene la calma. Y en la rutina de la que hablamos en este texto, porque, algo has de haber contestado en algún momento, también llega el relax, como un regalo enormemente deleitable. Es entonces, cuando tu organismo está más dispuesto a brindarse y lo haces con movimientos gentiles y abrazadores del alma. Ya solo falta estirarte placenteramente. La posición que sea, la parte del cuerpo que sea, la dirección que sea, es cuando todas podemos, disfrutamos, nos regocijamos y, muy importante, agradecemos a nuestra guía, a la vida y a nosotras mismas, estar en ese instante, porque nos sabemos un poco más sanas, fuertes, capaces y poderosas.

Jatzibe Castro

 

Pin It

Comments powered by CComment